“Es en este encuentro, en ese instante efímero de coincidencia entre luz y cuerpo, donde se genera la magia.”
En este proyecto, la luz deja de ser solo un medio para iluminar y se convierte en un elemento activo, con identidad propia. Ya no es solo el rostro el que emerge de la penumbra, sino que ahora la luz misma se manifiesta con voluntad, como un hilo que teje el relato visual.
Este rayo de luz no es un espectador pasivo; irrumpe con fuerza en la escena, corta el espacio, delimita fronteras y condiciona la percepción del momento. Es un personaje más, casi con intenciones propias, que dialoga con la figura retratada. En ocasiones, este hilo de luz no se limita a iluminar, sino que golpea, eclipsa, impone su presencia y redefine la escena.
El acto fotográfico se convierte en una espera, una vigilia atenta en la que el fotógrafo observa cómo este hilo de luz se despliega en el espacio y aguarda el momento preciso en que una figura humana cruce su camino. Es en este encuentro, en ese instante efímero de coincidencia entre luz y cuerpo, donde se genera la magia: la escena se transforma en un espacio teatral, donde la luz parece decidir a quién revela y a quién condena a la oscuridad.
Este proyecto no solo captura rostros y cuerpos, sino que registra la forma en que la luz modifica la realidad. La ciudad se convierte en un escenario cambiante, donde la arquitectura, las sombras y la luz se combinan para crear un diálogo visual inesperado. Aquí, la sombra no es ausencia, sino un espacio de tensión, y la luz no es simple iluminación, sino un protagonista activo que se mueve, impone y moldea la narrativa de cada imagen.
El espectador se encuentra ante una paradoja: la luz, que en teoría debería revelar, también oculta, invade y transforma. El retratado puede quedar fraccionado, partido por la luz en dos mundos, condenado a ser visible solo a medias, en un equilibrio inestable entre exposición y ocultación.
Esta es la poética del proyecto: una danza entre el caos y el orden, entre la casualidad y la precisión, entre la presencia y la ausencia. La luz y la oscuridad, inseparables, se convierten en las verdaderas protagonistas de este relato visual.
En este juego de luces y sombras, el individuo no es solo un sujeto retratado, sino un ser que transita entre mundos, que emerge de la oscuridad por un instante antes de fundirse de nuevo en ella.
Esta transición, efímera pero intensa, captura una verdad profunda: somos seres en movimiento constante, atrapados entre aquello que nos define y aquello que se nos escapa. La luz no es un simple fenómeno físico, sino una metáfora del conocimiento, de la conciencia, de la revelación momentánea de una identidad que nunca es completamente fija ni definitiva.
Así, este proyecto no solo documenta la presencia humana en el espacio urbano, sino que también explora la propia condición de la visibilidad. ¿Qué nos hace visibles? ¿Quién decide qué se muestra y qué queda en penumbra? En un mundo donde la luz puede entenderse como poder y control, estas imágenes nos recuerdan que la oscuridad también forma parte de nosotros, que lo que no se ve tiene tanto peso como lo que se exhibe. Y es en este límite, en este instante de exposición parcial y frágil, donde la imagen encuentra su fuerza y su verdad.
En definitiva, este proyecto no solo captura rostros o cuerpos, sino su relación con la luz, con el espacio y con el tiempo. Cada imagen es un diálogo entre presencia y ausencia, entre lo que se revela y lo que se oculta. La luz, con su precisión casi quirúrgica, no solo ilumina, sino que elige, corta y transforma.
No es un simple elemento técnico, sino un protagonista que configura la narrativa de cada escena. Así, estas fotografías no son solo retratos, sino fragmentos de un relato mayor, donde la luz y la oscuridad juegan su papel en una coreografía imprevisible y efímera.