El fotógrafo juega con la luz para dar forma a una realidad que parece surgir de un espacio teatral.
El proyecto "La Ciudad en Sombras" captura la esencia más efímera de la existencia humana: el tránsito constante entre la oscuridad y la luz. Cada retrato se convierte en un instante suspendido en el tiempo, un equilibrio precario entre la sombra profunda y la luz reveladora. No se trata solo de fotografiar rostros, sino de explorar el alma de las personas en un momento de transición, en ese preciso instante en que emergen de la penumbra sin ser plenamente conscientes de su exposición.
Este juego de contrastes entre luz y sombra no solo estructura visualmente las imágenes, sino que también simboliza la dualidad de la condición humana. La luz representa el conocimiento, la conciencia, la revelación de un estado de ánimo o de un pensamiento; la sombra, en cambio, sugiere lo inconsciente, el misterio, aquello que permanece oculto pero que inevitablemente forma parte de nuestra existencia. La sucesión de estos retratos se convierte en un desfile de almas, un mosaico de vidas que se cruzan por un instante en el mismo espacio de luz, antes de volver a desaparecer en la multitud.
La ausencia de fondo con información, sumergido en un negro absoluto, elimina cualquier contexto narrativo que pueda distraer de lo esencial: la persona, su gesto, su mirada ausente o introspectiva. En este espacio de vacío, el espectador no puede anclarse a ningún escenario conocido, de modo que el rostro retratado se convierte en universal. Es un reflejo de nosotros mismos, de nuestra propia condición transitoria.
Hay, sin embargo, una atmósfera inquietante en estas imágenes, una mirada interior que se vuelve sobrecogedora. Tal vez sea la dureza del contraste lumínico, que no permite medias tintas ni espacios de confort visual. Quizá sea la forma en que los retratados parecen absortos en sus pensamientos, ajenos al mundo que los rodea. Esta tensión entre presencia y ausencia, entre exposición e introspección, genera un efecto psicológico potente que resuena en el espectador.
La dureza del trabajo no es solo formal; también es emocional. Los rostros, cortados por la luz y engullidos por la oscuridad, parecen estar atrapados en un espacio de transición no solo visual, sino también existencial.
El uso del trípode por parte del fotógrafo no es solo una cuestión técnica; es también un gesto de respeto hacia la naturaleza del momento. La estabilidad de la cámara contrasta con el flujo de la ciudad, con el ritmo frenético de los transeúntes. Esta presencia tranquila permite que la imagen se capture sin alterar su autenticidad, sin interferir en el viaje interior de la persona retratada.
Hay una ausencia de voyeurismo en esta mirada, porque el fotógrafo no caza ni interrumpe, sino que espera. Es la expectativa atenta de quien observa desde la distancia justa para capturar sin imponerse.
En definitiva, "la ciudad en sombras" es una meditación visual sobre la condición humana. La oscuridad y la luz, la exposición y el anonimato, la individualidad y la universalidad se encuentran en estos retratos, que son a la vez documentos y metáforas.
Cada imagen es una pequeña historia sin palabras, una revelación momentánea que nos recuerda que todos somos, en algún momento, figuras anónimas que salen de la oscuridad y cruzan el espacio de luz antes de fundirse nuevamente en la sombra.