Su presencia es espectral, como espejismos en una realidad desenfocada!
Un flujo constante de figuras humanas avanza hacia nosotros, pero nunca llega. Son presencias indefinidas, siluetas que caminan en un movimiento hipnótico, atrapadas en un bucle que las mantiene en un tránsito eterno. No podemos ver sus rostros ni saber quiénes son. Son individuos solitarios, aislados dentro de una multitud. A veces caminan solos, a veces en parejas o en pequeños grupos, pero su presencia doble o triple no rompe el vacío que los envuelve. Juntos, pero separados. Proximidad sin conexión.
Este proyecto construye un paisaje humano en movimiento, una panorámica de figuras que se desplazan sin avanzar, atrapadas en una coreografía de pasos repetitivos que las condena a la repetición. Las imágenes se despliegan en una gran pared de pantallas sin marcos, creando una masa de cuerpos en movimiento que nunca interactúan entre sí. El espectador entra en un espacio donde el tiempo parece suspendido, donde la humanidad se desdibuja en una secuencia infinita de gestos mecánicos.
Esta instalación nos enfrenta a una paradoja de la condición humana: la necesidad de pertenencia y, al mismo tiempo, la imposibilidad de escapar de nuestra propia soledad. Las figuras de esta pieza no están completamente solas, pero tampoco están realmente acompañadas. Hay parejas que caminan juntas, pequeños grupos que parecen compartir el mismo espacio, pero su relación es solo apariencia. No se miran, no se tocan, no se reconocen. Son cuerpos próximos, pero sin vínculos. Su compañía no anula su soledad.
Esta visión refleja una experiencia cada vez más común en nuestra sociedad: estar rodeados de gente, pero sentirnos profundamente solos. La proximidad física no garantiza conexión emocional, y las relaciones pueden convertirse en meros reflejos, gestos automáticos que no llegan a transformarse en un verdadero vínculo. Esta obra nos obliga a mirar de cerca esta realidad, a vernos reflejados en esas siluetas que podrían ser cualquiera de nosotros.
La falta de rasgos y detalles en estas figuras no es casual. La obra elimina las identidades individuales para subrayar un fenómeno contemporáneo: la disolución del individuo dentro de un conjunto más grande. Vivimos en una sociedad donde somos parte de un todo, pero a menudo a costa de perder algo esencial de nosotros mismos. Nos convertimos en formas, en presencias anónimas, en cuerpos sin historia.
Las figuras dobles o triples acentúan esta sensación de indefinición. Su repetición no refuerza su presencia, sino que la diluye aún más. Podemos verlas como reflejos de nosotros mismos en distintos momentos de nuestra vida, como multiplicaciones de una misma ausencia. No son personas, son espectros de una humanidad que se va desvaneciendo.
"Siluetas en tránsito" es una exploración de la fragilidad del individuo dentro del colectivo, de la imposibilidad de escapar de la propia soledad incluso estando rodeados de otros. La obra nos invita a mirarnos en este espejo inquietante, a reconocer nuestra propia condición en esos cuerpos que caminan, caminan y caminan, pero nunca llegan a ningún lado.
ste título y eslogan encapsulan la paradoja central del proyecto: la tensión entre el movimiento y la inmovilidad, entre la presencia física y la ausencia emocional. Las figuras se mueven, pero no avanzan. Existen, pero no se definen. Son parte de un conjunto, pero no interactúan.
La obra habla de la soledad contemporánea, de una sociedad hiperconectada donde, paradójicamente, el aislamiento es más profundo que nunca. Estas figuras son metáforas de los cuerpos urbanos que transitan calles, oficinas y espacios compartidos sin establecer vínculos. Caminantes anónimos en un ciclo infinito de repetición, atrapados en un bucle que les priva de trayectoria, de destino y de sentido.
La ausencia no es solo una condición física, sino emocional. Las figuras están, pero no se reconocen. Su presencia es espectral, como espejismos en una realidad desenfocada. Es este movimiento eterno y estéril lo que genera inquietud: no sabemos si vienen o se van, si se acercan o desaparecen. Solo sabemos que nunca se encuentran.
El conjunto de imágenes y videos refuerza esta idea, creando una panorámica de soledad colectiva donde cada uno parece condenado a existir en un espacio propio, sin una intersección real con el otro. La obra cuestiona la identidad en un mundo donde la individualidad se diluye, y donde estar físicamente no garantiza estar realmente.
Las figuras humanas se convierten en sombras en movimiento. Son siluetas indefinidas, sin rostro ni identidad, que avanzan hacia la cámara desde la lejanía, pero sin llegar nunca. Su desplazamiento es una ilusión: caminan, pero no se mueven. Este efecto, generado por el bucle repetitivo de uno o dos pasos, crea una tensión hipnótica y desconcertante. No sabemos si se acercan o si, en realidad, se alejan de un tiempo y un espacio que no podemos situar.
La instalación está compuesta por múltiples pantallas de televisión, sin marcos, dispuestas en línea para formar una gran panorámica continua. Una masa de figuras humanas, de diferentes dimensiones por efecto de la perspectiva, avanza de manera ininterrumpida, como si se tratara de una procesión espectral o de una marcha hacia un destino desconocido. La repetición, la falta de detalle y la monocromía—con un blanco dominante y siluetas en un gris suave—construyen una atmósfera de irrealidad, de sueño o de presagio.
La pieza juega con esta ambigüedad, situando al espectador en una posición de observador incómodo, testigo de una marcha eterna que puede ser tanto un avance como una huida.
El uso del bucle refuerza la sensación de un tiempo suspendido, de un tránsito sin dirección, donde el movimiento no conduce a ningún lado. Esta marcha hipnótica puede recordar la condición existencial del ser humano, en un camino continuo de preguntas sin respuesta, o incluso una crítica sutil a la rutina, al consumo de imágenes que se repiten hasta la saturación.
Este proyecto puede evocar múltiples lecturas. Puede hablar del desplazamiento perpetuo del ser humano, de la condición nómada y de la búsqueda constante de un destino que nunca se alcanza. También puede ser una metáfora del anonimato contemporáneo, de la despersonalización en un mundo saturado de imágenes y presencias que se convierten en sombras.
Con una puesta en escena minimalista pero impactante, "Siluetas en Tránsito" invita a la contemplación y a la reflexión. A través de la repetición, la despersonalización y la ilusión de movimiento, esta obra explora la fragilidad de la identidad, la idea del viaje como metáfora de la existencia y el peso de un futuro incierto. El espectador, atrapado frente a este flujo constante de figuras, puede sentirse parte de esta corriente interminable, de este extraño tránsito hacia un destino que nunca llega.